martes, 21 de febrero de 2012

Deberíamos dormir juntos

Dormir contigo es curioso.
Cierro los ojos sabiéndome entrelazado en tus piernas y brazos. Es casi un breve parpadeo; cuando despliego los párpados la luz ya innunda la habitación. Tú sueles estar despierta, y tengo tu cara al alcance de un beso.
Y cada segundo que pasa es genial, pero pasa. Como si, al mismo tiempo, saborease un bocado de una tarta y sintiese anticipadamente el hambre que viene después. En la cama los segundos huyen por la puerta antes de que pueda detenerlos, de que pueda pararlos para siempre y acomodarme en ellos, relajarme sin prisas entre tus piernas, tus brazos.
Esta noche no estás, me toca acostarme con la huella de tu abrazo y tu respiración en la banda sonora de mi cabeza. Cierro los ojos sabiéndome entrelazado en tus pensamientos.
Me viene a la mollera además una última idea febril, una mezcla de sueño, penumbra y realidad...

Existe una tribu, una tribu urbana. Cinco graciosos hombrecillos a los que su aldea (o ciudad) se les queda pequeña. Nacieron para ver mundo, salvar princesas y matar monstruos.
En la noche de cierto día escuchan un rumor  y, entre la maleza de edificios, hallan un barco. Pero no es sólo un barco, sino también una casa, y una especie de zeppelin al mismo tiempo. Se montan sin pensarlo y entonces el artefacto se eleva en el aire. Coge más y más altura y se pierde entre nubes grisáseas, nubes de tormenta, de miedo, de peligro...
Click para ver el sueño

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